Aprender a vivir con menos preocupación

Todos nos preocupamos
Las preocupaciones forman parte de la vida. Son esa voz interna que intenta anticiparse a lo que podría salir mal, una especie de alarma que el cerebro activa para ayudarnos a sobrevivir. El problema no es preocuparse, ya que es algo humano, el problema es quedarse atrapado en ese estado mental, sin avanzar, sin respirar.
Vivimos en una sociedad donde la incertidumbre es constante. El futuro laboral, la salud, las relaciones, el dinero… Todo puede convertirse en motivo de preocupación. Y aunque preocuparse es humano, cuando se vuelve crónico, acaba afectando directamente a nuestra salud física, mental y emocional.
Qué ocurre en el cerebro cuando nos preocupamos
Desde la neurociencia sabemos que preocuparse activa las mismas áreas cerebrales que se encienden ante una amenaza real. Es decir, para nuestro sistema nervioso, imaginar un problema futuro puede generar una reacción de estrés igual que vivirlo.
Esto significa que, si pasamos horas anticipando lo que aún no ha ocurrido, nuestro cuerpo reacciona como si estuviera bajo amenaza continua. El cortisol se dispara, la mente se agita, la tensión se acumula y aparece el insomnio, el agotamiento, la irritabilidad o los bloqueos.
Además, es importante recordar que las preocupaciones son pensamientos, y los pensamientos no son la realidad. Son construcciones mentales, propuestas de nuestro cerebro basadas en nuestras experiencias, vivencias y aprendizajes pasados. No todo lo que pensamos es cierto, y no todo merece nuestra atención.
La utilidad (limitada) de preocuparse
No se trata de eliminar las preocupaciones, sino de gestionar las emociones que las acompañan con conciencia y responsabilidad. Con la gestión adecuada, se reducirá la cantidad de preocupaciones, su frecuencia y su impacto en nosotros.
Una preocupación puede ser útil si nos alerta de algo que requiere atención real. Pero si se vuelve rumiación constante, deja de ser una herramienta para convertirse en una trampa mental.
Ser consciente de nuestras preocupaciones nos permite discernir:
- ¿Esto me sirve para tomar acción?
- ¿O solo me está drenando sin aportar claridad?
Cuando reconocemos que un pensamiento no nos ayuda, podemos cambiar el foco, calmar el cuerpo y volver al presente. Porque solo en el presente podemos tomar decisiones con claridad y eficacia.
Cómo gestionar las preocupaciones de forma saludable
Te comparto algunas pautas sencillas que puedes empezar a practicar hoy mismo:
- Ponle nombre: Escríbelo. Saber qué te preocupa con claridad ya reduce su carga emocional.
- Vuelve al presente: Respira. Pregúntate: “¿Esto está ocurriendo ahora mismo?”
- Recuerda que es solo un pensamiento: No es un hecho, es una historia. Puedes soltarla.
- Cambia de canal (de la pre-Ocupación a la Ocupación o Acción): Dirige tu atención a una acción concreta, por pequeña que sea. Puede ser, simplemente, respirar con consciencia para tener más calma y claridad mental.
- Muévete: Caminar, estirarte o respirar de forma consciente son formas eficaces de cortar el bucle mental.
Estas prácticas, sostenidas en el tiempo, nos ayudan a recuperar el equilibrio y a vivir con más serenidad.
El vínculo con el estrés y cómo transformarlo
Las preocupaciones constantes son una de las principales fuentes de estrés. Y el estrés sostenido, sin gestión emocional, deteriora nuestra salud, nuestra energía y nuestra calidad de vida.
Por eso, aprender a relacionarnos de forma más saludable con el estrés es una habilidad clave para nuestro bienestar, para nuestras metas y para nuestro liderazgo personal y profesional.
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Un espacio donde trabajaremos con herramientas basadas en neurociencia aplicada, desde una mirada humana, práctica y transformadora. Si sientes que es el momento de cuidarte y cambiar tu forma de vivir el estrés, te espero con ilusión.